Sesión 03 Estética y Filosofía de la Música II. Edad Media I
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Obra de Andrea Hauer |
Sesión 03.II
Umberto Eco (1932-2016), es quizás de los
pocos filósofos que han roto las barreras con el gran público. Gran conocedor y
experto en estética y semiótica, consigue centrar muchas de sus obras en la
Edad Media. De hecho la vía de entrada a los mass media fue con la adaptación cinematográfica en 1986 de su
novela El nombre de la Rosa (1980).
El libro que trataremos en esta sesión es Arte
y belleza en la Estética Medieval (1959), de él nos centraremos en el
capítulo 2: “La sensibilidad estética medieval”. Pero antes, Eco nos propone
una visión de los pensadores medievales muy curiosa y que gracias a ella se
pueden explicar muchas de las críticas a las que fueron sometidos. Me refiero al
tema de la innovación o la repetición de ideas. Eco afirma que los medievales
tenían el espíritu de la innovación, pero que se las ingeniaban para
“esconderlo bajo el disfraz de la repetición”
Pero en esa repetición tediosa, se van
cambiando pequeñas cosas que hacen que el pensamiento se vaya matizando. Pone
como ejemplo el término “forma” que al principio de la Edad Media se utilizaba
como lo que se ve en la superficie, y terminó significando lo que se oculta en
la profundidad.
Así, en “Los intereses estéticos
de los medievales”, primer apartado del capítulo 2 ya citado, tratará estos
temas que se han ido rumiando a lo largo de la Edad Media:
El primero, que además
trataremos en profundidad en la siguiente sesión sobre la mitología antigua en
la Edad Media, es el peso de la Antigüedad clásica. De ella sacaron casi todos
los temas de estética pero desde una visión cristiana. De esta forma imponen un
canon completamente diferente al de los griegos. Mientras que la estética
antigua tenía el canon en la naturaleza, los medievales lo tenían en el propio
mundo clásico. La realidad pasa a un segundo plano, sin desaparecer, no dejarán
de lado el disfrute estético, como veremos. Así, la belleza medieval no está sólo
como abstracción sino que aparece también en experiencias concretas.
El campo de interés de los medievales era más dilatado
que el nuestro, y su atención hacia la belleza de las cosas a menudo estaba
estimulada por la conciencia de la belleza como dato metafísico; pero existía
también el gusto del hombre común, del artista y del amante de las cosas de
arte, vigorosamente inclinado hacia los aspectos sensibles. Este gusto,
documentado por muchos medios, los sistemas doctrinales intentaban justificarlo
y dirigirlo de modo que la atención hacia lo sensible no se impusiera jamás
sobre lo espiritual. Alcuino admite que es más fácil amar “los objetos de bello
aspecto, los dulces sabores, los sonidos suaves”, etcétera, que no amar a Dios
(véase De rhetorica, en Halm 1863,
p.550). Pero si gozamos de estas cosas con finalidad de alar a Dios, entonces
podremos secundar también la inclinación al amor ornamenti, a las iglesias suntuosas, al canto bello y a la bella
música
Esto afirmación a través de la prohibición, es algo que nos
presenta Eco a través de los rigoristas y los místicos, fundando la disciplina
ascética, en un intento de huir, de anular esos estímulos terrenales que les
mortifican.
En el segundo apartado del capítulo, Eco nos presenta a los
místicos. La eterna disputa entre las diferentes órdenes sobre la riqueza y
ornamentación de las iglesias, completamente prohibida por los cistercienses en
el siglo XII. Nunca se niega el encanto de los ornamentos, sino que se afirma
su capacidad de distraer a los fieles de la concentración en la oración.
Pero nosotros, lo que ya hemos salido del pueblo,
los que hemos dejado por Cristo las riquezas y los tesoros del mundo con tal de
ganar a Cristo, lo tenemos todo por basura. Todo lo que atrae por su belleza,
lo que agrada por su sonoridad, lo que embriaga con su perfume, lo que halaga
por su sabor, lo que deleita por su tacto. En fin, todo lo que satisface a la
complacencia corporal… (Apología
ad Guilleltum abbatem, PL 182, cols. 914-915; trad. Cast. p. 289)
En música, ya vimos el curso pasado el drama de San Agustín,
hablando sobre la música sacra. Santo Tomás también hará referencias a la
inconveniencia de la música instrumental dentro de los templos. Así como de la
contemplación de la belleza interior del alma, propia de los cartujos. Esta es
la verdadera belleza, la que no se deteriora con el paso del tiempo. Y justo
con esta idea podemos encontrar lo que Eco llama el valor estético ante la
muerte.
El tema de la muerte es tratado durante la Edad Media de forma
muy prolija; las vanitas, la
representación de los juicios finales, el arte funerario, los ejemplos
literarios como la Divina Comedia de
Dante o incluso guías para bien morir, el Ars
moriendi. y lo que nos puede interesar de forma especial, las llamadas
danzas macabras. Tomaremos como ejemplo las ilustraciones de Hans Holbein el Joven
(ca. 1497-1543) y del impresor Guy
Marchat (Guido Mercador) (XV-XVI).
Volviendo al deleite estético, Eco propone que:
[…] proviene de que el ánimo reconoce en la materia
la armonía de su propia estructura; y si esto sucede en el plano de la affectio imaginaria, en el estado más
libre de contemplación, la inteligencia puede dirigirse verdaderamente al
espectáculo maravilloso del mundo y de las formas
Uno de los temas más recurrentes en la Edad media, y que
veremos reflejado en la pintura (importancia de las miniaturas) es el canon de
belleza femenino, incluso en textos eclesiásticos, donde se describe minuciosamente cómo debe ser cada parte del cuerpo de
una mujer
En el tercer apartado del capítulo, Eco, dejando ya a los
místicos, analizará un tema apasionante, el coleccionismo. Esto implica
necesariamente un juicio estético, que en realidad no está ligado tanto a la
obra de arte o a la belleza, sino a lo asombroso, a lo bizarro. El asombro es
la cualidad imperante de la experiencia estética. Las colecciones de la época
eran un maremágnum de pinturas, esculturas, animales disecados, piedras,
instrumentos musicales, corales, insectos…de todo y de lo más variopinto.
El cuarto y último apartado está dedicado a la relación de
los conceptos de utilidad y belleza. Según San Isidoro de Sevilla (siglo VII):
¾ Lo pulchrum
(belleza) es lo bello en sí.
¾
Lo aptum (utilidad) es lo bello en función de algo.
Sin embargo, los medievales no podrán diferenciar realmente la
cualidad de lo bello y de lo útil, y se valdrán de la belleza con una finalidad
didáctica. Por ejemplo, para Suger, abad de Saint Denis en el siglo XII, la
casa de Dios debía ser un receptáculo de belleza
Por Nerea Rodríguez para
Estética y Filosofía de la Música II,
RCSMM.
Bibliografía
Eco, U. (1999). Arte y belleza en la estética
medieval. Barcelona: Lumen.